martes, octubre 18, 2016

S U E 002

2 La  cosa  redonda

T
odo se fue llenando de estallidos de silencio, luego las conversaciones de las estrellas se borraron de un golpe luminoso. Al despertar Juan, ya había concluido la batalla del sol y la mañana vestía sus colores. El mar; espía de la calma y la locura, representante de la eternidad; susurraba su canción de las mañanas. En el pacífico entorno, todo era armonía plácida. Pero un golpe de alarma salpicó los rincones y se perdió por el espacio. Dinamitando carabelas de viajes inexistentes por mares apenas existentes, desangrando renunciamientos en serpentinas imposibles; con su traje de camaleón, se pronunció presente la sorpresa. Aunque ya con menos argumentos, casi cambiando su esencia por rutina. Porque un enorme ruido proveniente del living había comenzado. Se dirigió hacia allá. Al llegar sólo vio un pequeño escarabajo.

Era el ruido, el mismo ruido. Buscó ansiosamente el libro de argidectura, pero no pudo encontrarlo y acabó por desistir del intento. Decepcionado por no encontrar el libro se dirigió a la cocina, y allí lo encontró cuando se disponía a desayunar. Leyó un párrafo al azar: La lágrima es viscosa, como la esencia de la vida; la lágrima es viscosa, como la esencia de la muerte.

Al untar un pan con mermelada la observó viscosa como las lágrimas, y esa mañana lloró como un niño. Llovía y recordó una vieja canción, que habla de la soledad.
El sol apareció tímidamente, entre las nubes alumbró la mañana y todo parecía renacer. Leyó en el libro: Tal cual el sol mantiene y sustenta la vida, el amor mantiene y le da base a la felicidad.

Y Juan bebió de un sorbo la leche que había quedado en la taza. Leyó el diario. Luego salió de la casa y caminó por las calles mojadas, respiró el aire fresco y entró en un negocio de antigüedades. Allí dentro todo era antiguo: las paredes, las luces y las sombras, y hasta el aire. Los vendedores hablaban lentamente, como si contaran con la eternidad.

Compró una cosa redonda y antigua, sin otra utilidad ni más valor que ser algo de otro tiempo, producto de otras mentes y otras ideas. Llegó a su casa con la antigüedad en sus manos. No sabiendo como nombrarla, a partir de ese momento la llamó "la cosa redonda". Dejó la cosa redonda sobre la mesa del living y luego fue a leer el libro de argidectura. Lo abrió en un párrafo que decía: Todos los paraísos nos parecen premios exteriores, debido a la estructura circular de nuestras percepciones.

Un enorme ruido proveniente de la habitación había comenzado. Se dirigió hacia allá. Al llegar sólo vio un escarabajo.

Ya era el mediodía y Juan salió a almorzar. Un sol brillante como la fantasía había borrado la lluvia. Y el verano palpitante despertaba de las profundidades de quién sabe qué distracción o sobresalto. En el caos de las cosas soñamos un orden, leyó Juan. Al llegar a un restaurante que resultó de su agrado, se detuvo. Entró, con el libro en su mano. La gente que ya estaba, opuso una resistencia de caras distraídas. Alguna mirada lo investigaba con desdén. Otros reían, los que siempre ríen. Un niño lamentaba y gritaba, con su larga queja de incomprendido o caprichoso. Y leyó Juan: Los caprichos de los niños nunca hacen tanto daño como los caprichos de los adultos. Ante una disputa nos cuesta descubrir quién es el encaprichado, y tal vez nunca lo sepamos. Pero el amor borra caprichos y apacigua discusiones. Por leer se chocó con una silla y todos lo miraron.

La cazuela de mariscos estaba estupenda. En ese mundo de salsa, hubiera querido permanecer indefinidamente disfrutando los sabores ¡Qué bien se estaba así! Una tristeza súbita lo invadió al pensar en el momento de regresar a su casa. Pero la posibilidad de mirar la cosa redonda lo consoló y hasta lo puso alegre, eufórico, con deseos de entrar a su living. Después leería un poco más del libro de argidectura, o podría mirar televisión.

Por qué volver a casa, la calle estaba tan linda... caminó mirando las vidrieras. Los ojos de aquella chica le recordaron otros ojos; quiso seguirla, para decirle que el enorme parecido... Ella se detuvo en una vidriera. Juan no se animó y se fue, ella se quedó mirándolo. Mientras se alejaba sintió un alivio grande y tuvo ganas de volver a su casa a mirar la cosa redonda, o leer, o descansar, o escribir otra carta sin buzón, o recordar a la chica de los ojos parecidos a esos otros. Tal vez con una carta en un buzón podría cambiar la vida.
Al entrar en su casa se chocó con algo que estaba en el suelo. Al prender la luz vio que era la cosa redonda. ¿Por qué estaba allí? Recordaba haberla dejado arriba de la mesa. Se quedó confundido. Tal vez recordaba mal y en realidad la había dejado allí. Pero por qué allí, para qué allí. Tal vez la soledad lo estaba enloqueciendo. Debía enviar la carta. Tomó un papel y comenzó a escribir. Pero se detuvo. Porque el enorme ruido, proveniente de la habitación, había comenzado. Se dirigió hacia allá. Al llegar sólo vio un escarabajo. Volvió al living y siguió escribiendo la carta. Recordó muchas cosas, soñó muchas cosas. Miró el reloj y eran las cinco de la tarde; la llevaría al correo al día siguiente. Sería una fecha importante para él: sábado 3 de marzo.
Se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua. La cosa redonda estaba arriba de la heladera, él recordaba haberla dejado en el living. Pensó que su memoria estaba funcionando muy mal, se preocupó. Tomó el agua. Llevó la cosa redonda al living y la dejó sobre la mesa, ¡qué hermosa era esa antigüedad! Se quedó mirándola.

El sol se recostó sobre el horizonte, otra vez la playa solitaria. Y Juan leyó, en la nostalgia, algunas frases, con el atardecer, recordando, pensando, en el lánguido silencio. Sin comprender por qué, muchas veces la tristeza nos abruma con su monótona presencia, muchas veces los ojos se agrandan y lloran, muchas veces nos sentimos entre las sombras una más; y es que el amor nos abandona, que dudamos, que tenemos miedo. Cerró el libro lentamente, cerró los ojos y se quedó dormido.

Al despertar en el sillón era de noche, miró el reloj y eran las diez. El enorme ruido, proveniente de la habitación, había comenzado. Se dirigió hacia allá. Vio, al llegar, sólo un escarabajo. La túnica sómbrica de la noche, silenciosa, inmóvil, como un complot de plásticos oscuros; cubría las calles y las avenidas, los árboles, los techos, y hasta las ganas de gritar. Sólo la plegaria inútil de un viento adormecido, sólo las palabras durmiéndose en cualquier cristal. Y en el reino de los desconocidos; tal vez las ganas de ignorar, jugando a las cartas con el olvido largo.

Juan, el siempre Juan, formulando preguntas sin respuesta. ¡Oh vengador de los inexistentes! Y entre los huecos de los árboles, mirar pasar los escorpiones de la duda. Carnaval de arco iris invisibles. Juan, sin dormir, permanecía recostado en la oscuridad. Recordó que de niño temía la oscuridad. Tantas noches mirando fijamente la lamparita para calmar su angustia.

Juan bostezó y estaba en otro sitio, un sueño lo hacía sonreír: su carta recibía respuesta.


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SÓLO UN ESCARABAJO cap 1

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SOLO UN ESCARABAJO cap 3

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