jueves, octubre 20, 2016

S U E 003

3 El  Destrozo

A
brió los ojos con la mañana, ansioso por llevar la carta al correo; un presentimiento le daba felicidad. Buscó la carta donde la había dejado la noche anterior, pero no pudo encontrara. Luego buscó en el resto de la casa, pero sin obtener resultados. Furioso, salió de su casa golpeando la puerta. Caminó por la calle hasta apaciguar su furia, la gente lo miraba sin saber, con gestos indiferentes pasaban y se perdían.
Volvió a su casa, el silencio inmóvil de los muebles parecía perdonar su arrebato. Tomó un papel y comenzó a escribir la carta, la de siempre, la botella de los náufragos, el licor de los enfermos, el fuego de los tristes. La carta lo salvaría de la soledad y de la tristeza.
El ruido, proveniente de la habitación, había comenzado. Se dirigió hacia allá. Vio, al llegar, sólo un escarabajo. Cuando volvía al living para terminar la carta, se chocó con la cosa redonda, cayó al suelo. Se levantó, tomó la cosa redonda y la llevó a la mesa del living. Buscó la carta, pero no estaba. La buscó por toda la casa, la carta no estaba. Miró por la ventana la playa, la muchedumbre bulliciosa. Tantas personas y él... solo; sin poder escribir su carta, sin poder fabricar su puente, sin encontrar la llave de su cárcel. Cruel condena la de quedarse solo. Podría salir, y entre toda la gente estaría solo.
Desayunó. Tomó un papel para escribir su carta. Ni ruidos ni cosas redondas pudieron detenerlo. Terminó la carta y salió para el correo. Contento, nervioso. Su corazón se apresuraba y la emoción era un presentimiento dulce: “Ella me quiere, ella contestará."
Ya estaba cerca del correo, sólo debía cruzar una calle y luego... sería dueño de su destino. Cuando se disponía a cruzar, un auto fulminante como un cometa pasó mordiendo el cordón. Juan tembló, la carta se le cayó por una alcantarilla. ¿Gritar, saltar, golpear? Se quedó parado, inmóvil, con los ojos fijos en la alcantarilla. Y luego susurró algo que el escritor no pudo escuchar. Se fue, caminando lentamente. Entró en su casa, deprimido. Era la una de la tarde... no quiso almorzar.
El ruido, proveniente de la habitación, había comenzado. Se dirigió hacia allá. Vio, al llegar, sólo un escarabajo. Se quedó en la habitación, sentado en la cama. Dibujó un escarabajo en un papel. Miró las paredes, pensó que no vendría mal una mano de pintura; había demasiados escarabajos dibujados en las paredes. Recordó cuando El Principito decía: “dibújame un cordero”. Pero en este caso la sensación era muy distinta.
Se recostó en la cama. Se quedó dormido, soñó: Caminaba por el techo cabeza abajo, estaba en un departamento que no reconocía. Había tres osos jugando a las cartas. Recordó la carta, y estaba allí entre las cartas de los osos. ¡Cuidado con los osos, cuidado con los osos! Se despertó gritando ¿Cómo podía ser posible, ¡cómo!, que él no pudiera enviar una carta? Algo tan simple como enviar una carta. Toda la gente enviaba cartas. Los carteros cruzaban calles y veredas en un descontrolado incendio de incoherentes llamas. Juan despertó y comprendió que había soñado que despertaba. Pero ahora estaba despierto.
Eran las siete de la tarde de ese sábado maldito, de esa semana maldita, de ese mes, de esa vida. ¿Y si no comer para morir al fin?, pero el hambre lo persuadió de lo contrario. Odiar con tanta fuerza las paredes, la ciudad, el país, el mundo, el universo. Querer ametrallar a los habitantes de la playa anocheciente ¡cuánto odio le lastimaba el corazón!
En una furia insensata tomó el libro de argidectura y lo hizo pedazos. Luego arrojó los pedazos por la ventana y éstos volaron con el viento en una especie de humareda de papel. El ruido, proveniente de la habitación. Se dirigió allá. Vio, al llegar, sólo un escarabajo.
Salió de su casa para cenar. Caminó por las calles llenas de gente. Recordó el libro de argidectura y una tristeza sintió, abrumadora como las navidades de los huérfanos. Lo buscaría... en las librerías, en las bibliotecas, donde fuera necesario. La cena le cayó mal... no pudo digerir. Las cosas que lo hacían sufrir no eran, sin embargo, tan inexorables como la muerte o como el destino de los hombres. Y lo hacían sufrir. Y estaba allí, sintiéndose mal.
Ya en su casa, volvió a escribir la carta. Luego encendió la televisión. Era una luz que lo hipnotizaba, “olvida que estás triste”; era un sonido que lo hipnotizaba, “olvida que estás triste”. Pero unas lágrimas rodaban por sus ojos al recordar el libro que rompió, al recordar la dicha que rompió, las estaciones de tren, sus ojos. Y esa carta que debía salvarlo, revivir un amor, volverlo al presente. Y esa carta... "olvida que estás triste".
Apagó la televisión y se fue a dormir. Por la mañana recorrió las librerías buscando el libro de argidectura, luego las bibliotecas; pero fue en vano, nadie sabía de la existencia de ese libro. Volvió a su casa, más triste. Miró la cosa redonda sobre la mesa del living. Se sintió desamparado, solo. Tomó la carta y salió de su casa. Tuvo miedo de no recibir respuesta. Al llegar al correo vio que estaba cerrado. Miró su reloj y supo que era domingo ¿Cómo podía ser que estuvieran abiertas las librerías? Recorrió las librerías nuevamente y comprobó con angustia que todas estaban cerradas. Pero él recordaba haber entrado esa misma mañana en esas mismas... Sintió un mareo súbito.
Volvió a su casa y se recostó en la cama. El ruido, proveniente del living. Vio, al llegar, sólo un escarabajo. Se sintió aliviado. La cosa redonda permanecía en su sitio. De niño había sufrido tanto, esperando en el zaguán... se entretenía viendo pasar los escarabajos. Ellos eran tan pequeños... desesperado en su delirio de distancia se le habría el corazón con terremotos de pena ¿Por qué no ser un escarabajo y vivir sin pensar hasta que la nada nos alcance?, se lamentaba Juan. El hombre sufre tanto... igual se muere... ¿por qué no ser un escarabajo?
Recostado en la cama pensó que si fuera un escarabajo no tendría que llevar esa carta, no tendría que esperar la respuesta, no tendría que sufrir. Se quedó inmóvil, con los ojos huecos y mojados, con el corazón envuelto calesita de cristal ¡oh la enorme tristeza! ¡Oh la tristeza! Y él era apenas un impotente espectador. Juan, el siempre Juan, se dibujaba en las paredes solitarias; con la fantasía, con dos escarabajos por ojos y con escarabajos en la piel. Luego un enorme escarabajo aparecía, figurado con las manchas. Quiso pintar esas paredes.
Mañana llevaría la carta, buscaría el libro, compraría pintura. Con el rodillo iba a ser fácil borrar aquellas manchas para siempre. Pero iba a ser difícil borrar las manchas de su corazón... tal vez con la carta. La felicidad es un remedio maravilloso, porque su carencia es la causa de nuestros males... ¿o tal vez la consecuencia? Se quedó confuso con estos pensamientos... ya no tenía el libro de argidectura.
El domingo pasó largo, como un espectro ¿Si muriese mañana? Se angustió. Sintió frío. Temió no soportar las horas. El domingo le dolía, le caminaba por la piel. Cuando era niño los domingos a la tarde lo deprimían, y a medida que se acercaba la noche una enorme tristeza se apoderaba de él. Y ahora, sentía difícil la respiración y suspiraba.
Juan, el siempre Juan, lloraba en la tarde blanca ¿Por qué tantos recuerdos? Y los ojos aquellos parecían mirarlo en el silencio, desde cualquier lugar, desde algún lugar, desde todos los lugares de la casa, de la ciudad, del país, del mundo ¡oh si pudiera deshojar su corazón! como un árbol, como una flor, como un libro.
Atardecer. Juan se levantó para cenar. Abrió unas latas. Comió. De vez en cuando miraba la televisión apagada. Luego se fue al cine. No prestaba atención a la película, pensaba en ella y en la carta y en el libro y en la cosa redonda que ya no cambiaba de lugar y en los escarabajos y en la pintura. Quería que pasara el tiempo.
Terminó la película. Toda la gente comentaba al salir. Él caminaba solo. Él... siempre solo.
 SÓLO UN ESCARABAJO cap 2
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http://www.battaletras.com/solounescarabajo.htm

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