martes, agosto 10, 2010

[paginantes] DULCE JANE (relato basado en hechos reales) martes, 10 de agosto de 2010, 21:22 De: "Jesús Rodríguez"

DULCE JANE

Jane era la prostituta más asequible y la más escultural de toda la ciudad. Su vida había sido en ocasiones un asunto de honor, y su alegría dependía sobre todo de una cama con sábanas limpias y un cigarrillo que fumaba lentamente, observando el humo suicida. Ella trabajaba en el puticlub "El Constante Trajín", S.L., con todos los derechos reservados y la copa más económica a diez euros.
Jane era tan linda como los deseos de los chiquillos enamorados. Tenía menos de veinte años y toda una vida por delante. Ella había empezado por algún tipo de confusión en el mundo prohibido del sexo. Su primera relación la había tenido a los trece, en un descampado alejado de la armonía. Lo cierto es que aquello le marcó tanto que creo que desde entonces no hubo día en el que no repitiera sin saber muy bien el por qué.

Recuerdo que yo siempre la miraba con ojos soliviantados que exclamaban: "¡Dulce Jane! Algún día..." Y era en ese momento cuando ella me iluminaba y me decía si la invitaba a otra copa. Por supuesto, le decía yo, de noche duermo porque tú eres mi sueño. Y la hermosa muchacha que me obsequiaba con un beso en los labios al tiempo que me aseguraba que ella no era el sueño de nadie, pero sí el mío.



-¿Te gusta tu trabajo? -Le pregunté una noche a punto de volverme loco.

-Hay cosas peores. -Contestó sonriendo.

-¿Sabes?, me estoy volviendo loco por ti.

-Por un precio asequible ya sabes que soy plenamente tuya.

-Verás. Yo no me refiero a eso. Yo te estoy hablando del amor.

-¿Amor? Ese no es un buen asunto. Hace tiempo que yo

no creo en el amor.

-¿Has estado alguna vez enamorada?

-Sí. Una vez lo estuve de un camarero.

-¿Y qué fue lo que pasó?

-Se fue con otra.

-Lo siento.

-No lo sientas. Alguien me dijo que se casaron

y que poco después se divorciaron. Ya sabes: el amor.



Y volvió a sonreírme -perpetuamente sonriendo-, al tiempo que dejaba en la copa la huella de su pintalabios escarlata.

Aquella noche no volvimos a hablar, ni siquiera la volví a ver rondando la barra. Al parecer estaba en la habitación rosa con un viejo verde, aunque no tan verde como sus sucios billetes, como sus lujuriosas ansias de marcar el cuerpo de Jane con las brillantes babas de lo que nos aporta poco o nada sobre lo que es efusión-ternura.



-Me estoy volviendo loco por ti. -Le dije al día siguiente.

-Sólo son cinco billetes. -Dijo ella mimándome a los ojos.

-No bromees con este tipo de cosas. Me estoy volviendo loco y eso vale más que todo el dinero del mundo.

-Las mujeres como yo no nos podemos enamorar. Nosotras sólo valemos para una cosa. No podemos.

Y al escuchar esto reconozco que mil puñales se clavaron en mi corazón.

-Mañana me marcho de la ciudad. -Continué hablando.

-¿Por qué? -Preguntó ella dejando su copa sobre la barra.

-Me han ofrecido un buen trabajo en otra ciudad más pequeña y más generosa.

-¡Estupendo! ¿Y cuándo volverás?

-Jamás.

-¿Jamás?

-Sí. Estoy cansado de esta ciudad, de sus farsantes gentes, de su apestoso olor, de...

-¿Has dicho "jamás"?

-Sí, eso he dicho.

Y entonces fue cuando me obsequió con un beso de despedida.



-Te echaré de menos. Dios sabe que lo haré.

-No tienes porque echarme de menos, Jane.

-¿Por qué?

-Puedes venirte conmigo.

-No puedo, yo, tengo cosas aquí. Ya sabes... cosas.

-Sí puedes. Querer es poder.

-Es bonito lo que dices, muy bonito, pero...

-Escápate conmigo -insistí-. Una ciudad, unos amigos, una familia...

¡Ilusiones nuevas!

-No sé. Nadie me ha ofrecido esto antes.

-Quizás esto sólo pase una vez en la vida.

-Quizás.



Y se fue sin decir nada más, tras la barra, como alma que lleva el diablo del escaso entendimiento, con su mirada perdida en el suelo y las manos palpitantes, y un gesto apático en la mirada, así como si estuviese buscando en su más hondo "yo" la solución a los diversos dilemas que la atormentaban desde el inicio de su novicia vida.

Luego me fui de allí. Supuse que aquella era su forma de decir que no, y lo cierto era que yo no tenía fuerzas suficientes para insistir en mis propósitos.

Al día siguiente, y tras haberme puesto mi careta de hombre macizo que todo lo puede o todo lo debe poder, fui a la estación para coger el primer tren que me llevase lejos de aquella pestilente e inadecuada ciudad. Lloviznaba y mis maletas pesaban demasiado, siempre demasiado, como si en ellas llevase todo el lastre de mi pasado y los encarnados pedazos de mi corazón asesinado a causa de una brutal e incomprensible negación.

Pero cuando me disponía a subir a aquel tren repleto de incógnitas e inquietudes la vi a ella. He de reconocer que mis ojos temblaron un poquito al verla, al percibir su aroma de mujer perpetua. Corría hacia mí, sonriendo, como siempre, habilitando el ambiente con una sincera sonrisa, con una maleta en sus manos y una hechicera luz sobre su cabeza. Yo también sonreí, y cuando la tuve a mi lado le pregunté si había cambiado de idea. Jane dijo que sí. Me aseguró que deseaba fervorosamente ser feliz, marcharse muy lejos y vivir lo que necesitaba vivir.

También me aseguró que su amor y sus sentimientos valían mucho más que cinco sucios billetes.

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