miércoles, enero 03, 2007

Labios/Desnudos (de Tristemente Conforme) P608020 Grupo Paginantes en Yahoo Nº 41

Labios/Desnudos (de Tristemente Conforme)  P608020 Grupo Paginantes en Yahoo Nº 41


  -Mis carnes se pudren al eco del silencio. Lágrimas sanguinolentas se escurren por los dedos ennegrecidos. Las paredes se ahuecan ante mis gritos por el sello de los labios. 

  Desde aquellos finos esbozos rojizos, los alientos exhalados afincaron los barrotes.

  -Recita la voz sobre el fondo blanco, de esos que parecen no tener fin, e irremediablemente terminan por poseer la extensión de la nada. Es una voz gastada, si se le escucha con cuidado casi se pueden apreciar, sobre la inmaculada pulcritud del espacio, los moretones salpicados, producto del mismo monótono embate. 

  Sergio, todo envuelto en espacio, está parado, incapaz de escuchar el timbre lacerado que resuena por todo el lugar. 

  No sabe con certeza si está desnudo, está y sólo eso tiene por seguro, incluso parece que no siente el peso de su propio cuerpo. El tacto de su misma piel se hace un recuerdo confuso. Apenas reconoce su rostro, sin labios, tocándolo con la única parte de sí mismo que parece existir en el vacío estéril: su mano derecha. 

  Se pregunta la importancia de aquella mano, ¿porqué no el torso?, o el pie, de menos el cabello, ¿y los labios?. 

  -Las apenas abultadas carnosidades de la boca obraron una danza. A través de ella se levantó la voz, sincera, de un discurso que vendría a tragarse mi existir. 

 Cada palabra, cada sílaba con sus acentos y entonaciones, se convirtió, sin que lo notase siquiera, en una flecha. 

  Cuerpos sangraron chorros y cadáveres cayeron uno a uno hasta alcanzar la totalidad.

  -Mientras deja crecer la duda en su cerebro, tan invisible como el resto de las partes corporales enumeradas, un agujero comienza a abrirse a la mitad del rostro. 

  La única mejilla que recorría de un extremo a otro la cara de Sergio se divide en dos. El hoyo se ensancha poco a poco hasta formar una "O", desde cuyas profundidades se arrastran un par de carnosidades rosadas y se posan, una por debajo de la nariz y otra por encima del mentón, uniéndose alrededor de ese nuevo agujero. Pronto emergen los dientes y la lengua avanza sinuosa al encuentro de ellos. 

  Ahora no sólo tiene labios para su rostro, sino una boca entera que pronuncia, gracias a la ayuda de la cariñosa lengua, abrazando efusivamente a sus queridos dientes y al apreciado paladar: 

   -Tienes miedo. 

  Sergio no escucha estas palabras, los sonidos tienen la particularidad de perderse en el espacio donde se encuentran tan pronto salen del objeto que los produce. Carecería de sentido si no lo hicieran, especialmente las articulaciones de Sergio, puesto que nadie más, ni siquiera él mismo, que en cierto modo ya conocía al pie de la letra cada oración del monólogo a punto de llevarse a cabo, debía escuchar sus palabras. No se debía saber aquel desliz de su voluntad, el error de sus labios articulando frases.

  Guiada por el inexistente ondeo en el aire de las dos palabras recién pronunciadas, la mano rápidamente plasma en el suelo, si es que así se le pueda considerar, imposible marcar límites y encontrar paredes en ese mar cegador y vaporoso, el "tienes miedo" con su dedo índice, que al contacto con el blanco, inexplicablemente fija sus palabras en tinta negra. 

  Ojos se abren ampliamente al leerlas, y el propósito de la masa lechosa que mantiene a Sergio cautivo en sus adentros se le desvela. 

  -Forjada a blandir del arco, la masacre no dejó un sólo objeto sin agrietar. Sus pedazos goteantes, mezcla de lágrimas y sangre, se desmoronaron para luego filtrarse por el suelo. 

  La ceguera de la nada llegó con su brillantez.

  -Comprendidas las intenciones, la boca recién creada continua su atropellamiento de letras, sigue hilando palabras y construyendo oraciones: 

  -Tienes miedo. Lo comprendo, créeme que sí, pero...- 

  Los labios detuvieron su movimiento por voluntad del muchacho. Era preciso no mancillar la inmaculada pureza del blanco ni dejar huella alguna tras las letras, que pudieran guiar los pasos del curioso hasta su fuente, la boca con sus prohibidas carnosidades. 

  -Pero no está bien- 

  Pronuncia al fin, abriendo grandes heridas a lo largo de su tráquea por empujar las duras esquinas de una palabra de cuatro letras a su origen. Las invisibles cuerdas vocales despedazan cada uno de sus caracteres mientras la sangre se escurre. 

  -Es una completa cobardía, me parece totalmente egoísta. 

  Tú mismo dijiste que el hombre debe compartir su humanidad con los otros. 

  Todos tenemos miedo, estas mismas palabras tiemblan en mi garganta mientras las articulo. 

  -El iris de mis ojos se hizo inservible suspendiendo la visión de la tostada faz, con sus mejillas a medio rasurar y los rizos agradablemente desperdigados sobre la cabeza. La flor tan deseable de esos labios, abriéndose y cerrándose al compás de una estática frialdad, terminaba sus fatales pronunciaciones.

  - La libertad reside en vencerlo, probablemente ya habrás memorizado la frase, su significado ha sido ya muy devaluado, pero yo he de hacerte comprender como te engañas a ti mismo al darle nuevo sentido. 

  Así es, te engañas. Dices no estar listo, afirmación más falsa simplemente no puede haber. 

  Voy a jugar con fuego. Nunca realmente se está preparado, lentamente se gesta sin avisar siquiera. 

  Cae lentamente como el agua en un grifo mal cerrado, y golpe a golpe, incisivo, invasor, se termina por llenar el recipiente. 

  Así, a cuentagotas, se impregna el algodón. 

  En algún momento una chispa inexplicable provoca la combustión, y el calor comienza a recorrer el cuerpo. 

  Se consume la vida y la reduce únicamente a ese mismo instante. 

  El propósito de la existencia parece condensarse entero al calor de ese fuego, cuya llama camina por el alma y llena cada hueco vacío. 

  ¿En su ausencia? En ella sólo se vive del recuerdo. El reloj de arena se vuelca de cabeza y comienza a contar los segundos para otro encuentro con la flama. 

  Ese es ¿me quemo? No es más que la plenitud pura, y claro, no he de contradecirte, de su fórmula, tan concentrada e intoxicante, sólo se nos habrá de conceder su disfrute en pocos y espaciados momentos.

  Dime ¿Estás dispuesto a renunciar a la oportunidad de volverlo a experimentar, ardiente y sofocante?

  ¿Verdaderamente prefieres resguardarte entre cuatro paredes? 

  En esa habitación de duro hielo una puerta oculta la salida. Los labios jamás aparecieron, incapaces de resistir, con el propósito de liberarte. 

  -Siguiendo la melodía del implacable viento helado, ese par de franjas sonrojadas formó un sonoro mensaje, que con cada movimiento de sus músculos reitera mi condena. Hicieron las veces del arco que disparó esas flechas de palabras, en recta trayectoria a la velocidad de los ritmos melancólicos de tu canción.

  -Las palabras, desesperadas, arañan las paredes de la nada blanquecina, que pronto ceden ante la presión. 

  ¿Esperas entregar la llave? ¿Deseas acaso que el auténtico dueño del cerrojo te rescate de tu helada prisión? 

  No son sino concepciones falsas, las razones saltan a la vista. No entregarás llave alguna, la vista de tu cuerpo está vedada, los gruesos muros de la frialdad aseguran que siga así. Y si aún cayeras presa del místico encanto de algún paseante por tus lindes. ¿Saldrías tú de la prisión nevada a entregarle la llave bien merecida? 

  Jamás acudirá el forjador de la cerradora, el único e irreal portador de tu llave, a salvarte. No serían más que símbolos, escritos de diestra mano, de un lenguaje bellamente manipulado por un frío intelecto humano. 

  ¿Qué de interés podrían mostrar tus muros nevados? ¿Qué posiblemente lo llevaría a abrir la puerta?

  Cierto es que un atisbo de luz traspasa tu prisión, yo lo he visto, pero ¿cuánto tiempo no he pasado esperando pacientemente a tus afueras? Quizá el dueño posea infinita paciencia, quizá sólo se detenga unos momentos para luego marcharse indiferente. 

  Sal, huye de tus frías paredes. Despréndete de tus ropas y lánzate en sacrificio, expón a la despiadada masacre del exterior tu pecho desnudo.

  -Al compás del índice escribiendo "desnudo" el rostro recobró su cuerpo. Regresó el torso, regresaron los pies, las manos y el cabello. Solo en el espeso blanco el muchacho estaba desnudo. 

  Vulnerable, fetal, justo como los labios invitaban a permanecer, así flotaba Sergio en la brillantez de la nada, así desvió la mirada de las palabras recién plasmadas por la mano. 

  Tras dura lucha, recobró el control de su boca, y la forzó a dictar su voluntad, ya no le importaba dejar marcas. 

  -Perdona mis letras, producto de mi intelectualidad, disculpa las maneras con las que me dirijo a ti. Mi humanidad ya se cansó de idolatrarte, ya no soporta más el dolor de mis "te amos" lanzados al vacío. 

  -Mis agrietados labios se resecaron aún más a medida que la métrica extensión de tus palabras alejó al húmedo elixir, tu saliva, negándome el tibio abrazo de tu boca. 

  Se aprietan dolorosamente como preludio a la última canción ingenua, queda ante la sentencia de tu boca, horadando, saeta por saeta, mi amor.

  -De tierra seca, moribundos, se hieren con cada letra encendida que pronuncian. De la herida mana la sangre con tu amor, salida de una grieta abierta en el corazón, rebelde fugitiva de su cárcel. 

  Al contacto del líquido sobre la superficie muerta de mis labios, éstos se secan aún más, escurren el sentimiento no correspondido sobre los nuevos cortes, matando otra vez la piel, atrofiándola en una sola y profunda llaga en carne viva. 

  Antes de abandonarse a la putrefacción, la boca sangrante alcanza a articular una última palabra. 

  -Mi voz negra se desgarra en la tristeza, exalta su duda con los contrastantes falsetes y frasea su dolor al firme y reprimido arrullo de mi timbre esclavo. No así se apagarán mis ojos iluminados de intensidad traviesa. No mi corazón dejará de latir en su incompletud el amor devoto hacia a ti.

  -El último punto escrito por la mano marcó el final de la misiva, retumbando en el blanco espacio. 

  La cegadora brillantez pronto se apagó en pedazos y aparecieron las paredes. Surgieron de nuevo los muebles, y la cama se fue a colocar por debajo del vientre de Sergio. A través de las ventanas abiertas se apreciaban los árboles golpeados por el viento de la tarde en agonía. 

  Retornó el tolerable brillo de la luz eléctrica, el silbido intermitente de la línea telefónica volvió a resonar a través del auricular. Regresó el tiempo en los números llameantes del despertador y, mientras el blanco se reducía al tamaño de un montón de hojas de papel, la realidad instalaba sus últimos detalles. 

  La boca muerta, bañada en chorros constantes de sangre, ya no existía. 

  Un susurro repetía la palabra en los oídos del muchacho. Sonido proveniente de muy lejos, de los laberínticos espacios de la mente, la exhalación de un concepto que la mano no dudó en plasmar un solo instante. 

  - Confía.- 

  -Entonces mi boca se cierra y mi canto cesa sus lamentos. Desaparecen mis labios de la cara, encerrando mi querer en las pupilas térreas. Confinándolo en los espacios sedientos del corazón y apretándole en el bullicio de mi mente.

  -Un precio debió de pagar Sergio por su atrevimiento, en lugar de labios, en ese espacio entre la nariz y el mentón, una cicatriz horizontal, oscura e infectada, dominaba el rostro. 

  -Aprisionado a fuerza de silencios, llora caudales de sangre mi amor. Sus dedos vomitan fallidos intentos de unas palabras. 

  Agoniza la pulcritud de la prisión, por debajo de sus paredes se escurren hilos de sangre y tinta.

  -Labios/Desnudos 

  -Mis carnes se pudren al eco del silencio. Lágrimas sanguinolentas se escurren por los dedos ennegrecidos. Las paredes se ahuecan ante mis gritos por el sello de los labios. 

  Desde aquellos finos esbozos rojizos, los alientos exhalados afincaron los barrotes.

  -Recita la voz sobre el fondo blanco, de esos que parecen no tener fin, e irremediablemente terminan por poseer la extensión de la nada. Es una voz gastada, si se le escucha con cuidado casi se pueden apreciar, sobre la inmaculada pulcritud del espacio, los moretones salpicados, producto del mismo monótono embate. 

  Sergio, todo envuelto en espacio, está parado, incapaz de escuchar el timbre lacerado que resuena por todo el lugar. 

  No sabe con certeza si está desnudo, está y sólo eso tiene por seguro, incluso parece que no siente el peso de su propio cuerpo. El tacto de su misma piel se hace un recuerdo confuso. Apenas reconoce su rostro, sin labios, tocándolo con la única parte de sí mismo que parece existir en el vacío estéril: su mano derecha. 

  Se pregunta la importancia de aquella mano, ¿porqué no el torso?, o el pie, de menos el cabello, ¿y los labios?. 

  -Las apenas abultadas carnosidades de la boca obraron una danza. A través de ella se levantó la voz, sincera, de un discurso que vendría a tragarse mi existir. 

  Cada palabra, cada sílaba con sus acentos y entonaciones, se convirtió, sin que lo notase siquiera, en una flecha. 

  Cuerpos sangraron chorros y cadáveres cayeron uno a uno hasta alcanzar la totalidad.

  -Mientras deja crecer la duda en su cerebro, tan invisible como el resto de las partes corporales enumeradas, un agujero comienza a abrirse a la mitad del rostro. 

  La única mejilla que recorría de un extremo a otro la cara de Sergio se divide en dos. El hoyo se ensancha poco a poco hasta formar una "O", desde cuyas profundidades se arrastran un par de carnosidades rosadas y se posan, una por debajo de la nariz y otra por encima del mentón, uniéndose alrededor de ese nuevo agujero. Pronto emergen los dientes y la lengua avanza sinuosa al encuentro de ellos. 

  Ahora no sólo tiene labios para su rostro, sino una boca entera que pronuncia, gracias a la ayuda de la cariñosa lengua, abrazando efusivamente a sus queridos dientes y al apreciado paladar: 

   -Tienes miedo.


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